Por el Dr. Ricardo Soto-Rosa
Como les inicié la historia en mi columna anterior, Después de muchas horas en una cama del hospital Crispín Lozano, Jeremías agotado de tanto pensar, fue vencido por el sueño. Desde el primer día del postoperatorio, su dormir tan breve no le permitía el debido descanso. Quedó traumatizado cuando despertó adolorido y con la mala noticia de tener un ano contra natura.
Se la pasaba ansioso de no tropezar o tener accidentes con la bolsa, derramando el contenido fecal sobre las recientes heridas o ensuciar la ropa e incomodar a los presentes con las incontrolables emanaciones corporales. Ahora se añadía un nuevo suplicio en la vida de Jeremías, no descifraba el misterio de por qué se habían invertido los caminos y parte de sus micciones salían a través del recto. Se preguntaba una y otra vez qué habría pasado y lo que más le preocupaba era si sería una condición temporal o definitiva.
Muy temprano en la mañana llego un grupo de médicos, con impecables batas blancas, finas camisas de cuello y corbata, otros en monos quirúrgicos de color verde, calzando cómodos zapatos o tenis blancos. Era la revista del servicio de cirugía general, quienes cama por cama analizan los casos de cada paciente.
Cuando llegó el turno de Jeremías, su caso le fue presentado por el residente Villalobos: “se trata de paciente de 38 años de edad, el cual ingresó hace una semana con herida abdominal por arma de fuego y abdomen agudo hemorrágico, a quien se le practicó laparotomía exploradora, encontrando lesiones de arteria ilíaca derecha, uréter derecho y recto, con gran cantidad de sangre y contaminación de cavidad”.
“Se procedió a la reparación de arteria iliaca, colostomía tipo Hartman, cerrando el cabo distal del recto y abocando el colon proximal a pared abdominal y finalmente puntos de sutura sobre el hematoma del uréter, seguido de drenaje en cavidad. Evolucionó en forma satisfactoria siendo egresado, pero reingresa durante la tarde de ayer por observar como complicación la presencia de micciones a través del recto”.
El jefe del servicio, Dr. Antonio Colomo, no ocultó su disgusto por lo escuchado y preguntó quién había sido el cirujano del caso, le señalaron que lo había operado el Dr. Marquina. Ordenó que se llevaran la historia para reunión de servicio y solicitó que el cirujano responsable se presentara a la brevedad posible en la sala de reuniones. Jeremías sentía gran agitación, pero se mantenía inmóvil, sumergido en su angustia. Observaba la danza de unas moscas sobre el vidrio de la ventana, mientras unas gruesas lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, de inmediato un humilde compañero de sala, llamado Bonifacio, se aproximó hasta él ofreciéndole solidaridad.
En la reunión, se discutió el caso, estableciendo que el paciente presentaba una comunicación patológica entre la vía urinaria y el recto, siendo la causa más segura una perforación del uréter al nivel donde se visualizó el hematoma en la primera cirugía.
El jefe del servicio le reclamó de manera severa al Dr. Marquina cómo era posible que hubiese suturado el uréter, cuando sabía que se trataba de una herida por arma de fuego y la onda expansiva del proyectil generaría una perforación del mismo a los días.
Para demostrar dicha teoría, se pidió realizar un estudio, en el cual se inyecta por la vena, una sustancia llamada medio de contraste, el cual es eliminada a través de los riñones y puede ser vista con los rayos X, se trataba de una Urografía por Eliminación.
Dos residentes fueron hasta la sala de hospitalización y en una silla de ruedas, trasladaron a Jeremías al servicio de RX. Luego de unos minutos de inyectar el material radiopaco, se determinó de manera inequívoca como este salía de la parte baja del uréter derecho y pasaba al recto, llenando de contraste la llamada ampolla rectal.
Las placas fueron llevadas a la reunión, donde al ser revisadas, el Dr. Colomo ordenó al Dr. Marquina preparar al paciente para realizar un reimplante del uréter.
El Dr. Marquina nuevamente estaba operando a Jeremías practicando una sección del uréter con reimplante del mismo a la vejiga, dejando un catéter especial, llamado doble J que va desde el riñón a la vejiga, solucionando aquella ingrata situación.
Nuevamente Jeremías estaba en la sala de hospitalización recuperándose de esta nueva cirugía, reflexionaba lo costoso que había sido defender a su preciada camionetica cortina color café.
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