Por el Dr. Ricardo Soto-Rosa
Jeremías era el dueño de una endeble camioneta marca cortina, color café. Aprovechando el cobijo de una frondosa ceiba, con frecuencia se estacionaba frente a la entrada del bloque donde residía. Antes de subir a su apartamento revisaba minuciosamente la seguridad de su preciado vehículo al cual le pasaba corta corriente, trabe gas, así como un bastón que se extendía desde el volante al pedal del freno.
Jeremías estaba adscrito a la división contra homicidios de la policía central, donde ingresó como inspector de carrera con solo veinte años de edad. Estaba muy orgulloso de su profesión, la cual ejercía con gran pasión. Era respetado por sus compañeros de trabajo, amigos y vecinos del sector, a quienes gustosamente prestaba asesorías para mejorar la seguridad y defensa personal.
La tarde de un jueves, Jeremías llegó como de costumbre, en su endeble camionetica. Con disgusto observó que su puesto estaba ocupado por un carrito rojo de unos muchachos del barrio quienes escuchaban música y tomaban cerveza. Se vio obligado a estacionar bastante retirado.
Al llegar a su apartamento se vació el contenido de los bolsillos, con cuidado colocó el revólver sobre la mesa de noche y se fue a duchar. No había terminado de secarse cuando observó a través de la ventana, como dos de los malvivientes estacionados en la entrada, hacían palanca con una pata de cabra tratando de forzar la puerta trasera de su camioneta.
Rápidamente se vistió y bajó para enfrentar a los malhechores, aproximándose revólver en mano y teniendo a tiro a los dos delincuentes, no se percató que en el recodo se encontraba un cómplice quien accionó el arma contra su humanidad.
Jeremías sintió el impacto acompañado de un dolor quemante. Una bala alcanzó su espalda con orificio de entrada a la altura del cinturón y salida en la parte baja del pubis. Fue auxiliado por vecinos y transeúntes, quienes lo trasladaron al centro de urgencias Crispín Lozano, donde llegó en shock hipovolémico, siendo atendido de inmediato por el servicio de cirugía, quienes posterior a las evaluaciones y exámenes de rigor lo llevaron al quirófano con las impresiones diagnósticas de herida por arma de fuego, abdomen agudo hemorrágico.
Le fue practicada una laparotomía exploradora a través de una gran incisión en la parte media del abdomen, encontrando aproximadamente dos litros de sangre en la cavidad peritoneal con sangrado copioso de la arteria iliaca, la cual fue reparada, deteniendo el abundante sangrado, logrando estabilizar los signos del paciente.
Una vez contenida la hemorragia, se procedió a una minuciosa revisión de la cavidad peritoneal, encontrando restos fecales dispersos por la misma, procedentes de una doble perforación del recto, que amerito practicar la sección del mismo abocando el cabo proximal a través de la pared del abdomen, es decir se realizó una colostomía con cierre del segmento distal del recto.
Luego el cirujano observó la presencia de un chamuscado sobre el uréter derecho por lo que colocó puntos de seguridad para proteger el mismo. Terminada la cirugía el paciente fue trasladado a cuidados intensivos con evolución satisfactoria.
Jeremías estaba muy adolorido por las heridas y afectado con la presencia del ano contra natura. Los médicos le explicaron que, debido a la contaminación generada por la perforación del recto, no era posible practicar la reparación de la lesión en un solo tiempo, debido al gran riesgo de que las suturas se fugarían con una nueva contaminación de heces dentro de su abdomen, ameritando nuevas intervenciones, poniendo en riesgo su vida.
La colostomía sería una condición temporal, que debería mantener por unos meses, hasta que fuera seguro practicar una nueva operación y restablecer el tránsito intestinal hacia el recto.
Con paciencia y resignación Jeremías fue instruido por el personal de enfermería con respecto al manejo e higiene de su nuevo ano, teniendo el consuelo de que solo sería por un tiempo, el cual deseaba, que pasara lo más rápido posible. Unos días después Jeremías ya estaba de regreso en el bloque, manejando de la mejor manera su convalecencia, hasta que una mañana sintió inminentes deseos de evacuar por vía natural y al llegar al inodoro, con asombro observó, un intenso ardor acompañado de evacuaciones líquidas muy parecidas a la orina.
A los minutos del episodio, Jeremías acudió muy angustiado hasta el centro asistencial y con la cara desencajada le dijo al médico que lo había operado, “vengo porque ahora está orinando por detrás”
El Dr. Marquina pidió que recolecta una muestra de aquella extraña evacuación que al ser analizada por el laboratorio reportó de manera indiscutible ser orina. Producto de las múltiples lesiones generadas por la bala, Jeremías había desarrollado una comunicación patológica entre las vías urinarias y el recto, es decir, tenía una fístula. El paciente fue ingresado de nuevo a la sala de hospitalización donde sería sometido a diferentes estudios.
En próximas semanas les iré contando sobre esta situación, que es más común de lo que parece. Para conocer más, visita en redes @Drsotorosa.
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